Cristina, entre la épica militante y la negociación del poder real
TRAS LA MUERTE DE NÉSTOR KIRCHNER

Empiezan a configurarse la tensión de dos tendencias sobre la Presidenta. Los empresarios y factores de poder concentrado apuestan sus fichas al pragmático Julio de Vido como garante de sus intereses. Frente a ellos, intelectuales, sectores de la juventud y organizaciones sociales, buscan profundizar una épica setentista.

Por Ignacio Fidanza


Acaso la virtud más sorprendente de Néstor Kirchner haya sido la menos comentada, en estos días de inevitables recapitulaciones sobre su paso por el poder. El lugar común fue rescatar su espíritu luchador, una resignificación positiva de los mismo que antes le criticaban: la tontería de la “crispación”.

Pero una segunda mirada acaso descubra detrás de su impronta peleadora, una virtud impensada: la capacidad para equilibrar notables antagonismos. Porque detrás de una agenda de combate, Kirchner lograba articular mundos tan diversos como el sindicalismo ortodoxo de Hugo Moyano, el capitalismo implacable de las grandes cerealeras y las utopías revolucionarias de Hebe de Bonafini y de toda una generación de jóvenes que descubrieron de su mano el gusto por la política, acaso el legado más positivo que dejó el ex presidente.

Capacidad de síntesis de opuestos que lo emparenta con los grandes conductores que tuvo el país y que le garantizan a Kirchner un lugar en la historia argentina, más allá de su paso por la Presidencia, casi una consecuencia natural de ese talento.

Todavía no se apagaron los ecos de ese estupor silencioso que produce la muerte, que el poder comenzó sus forcejeos. Implacables, se observan fuerzas que buscan reorientar el proceso político en función de sus intereses, y lo hacen presionando sobre un cuerpo, al que se le ha cancelado la gracia del duelo.

La Presidenta enfrenta ahora la soledad más dramática: ser la depositaria de la última decisión, sin ese compañero a quien consultar y acaso responsabilizar por los inevitables errores.


Las fuerzas en pugna

Hace ya demasiados años que Michel Foucault descubrió que el poder no era un lugar –el trono- sino el insustituible cruce de relaciones, estrategias, maniobras, tácticas, técnicas, que se inscriben en una batalla perpetua. Una posición que se ejerce más que se posee, que es más el efecto de ese conjunto inestable de decisiones, que un privilegio vinculado a la propiedad.

En ese punto la tarea del conductor es definir su propio punto de equilibrio de esa trama, que puede estar más a la izquierda, al centro o sobre la derecha, pero siempre obligado a cumplir una premisa de hierro: encontrar un punto desde el cual estabilizar para guiar, un movimiento que será eternamente dinámico. Al menos mientras se aspire a mantener lo que se conoce como poder o de una manera más educada, la gobernabilidad.

Las tensiones están claras. Los grandes medios, los empresarios que se hicieron aún más ricos durante la era kirchnerista, los sindicalistas y buena parte del sistema político del peronismo, creen que Julio de Vido es garantía de continuidad –y acaso mejora- de un proceso que aún a las patadas, los benefició. Es que sin Kirchner, que de manera cíclica, traumatizaba la pulsión acuerdista del ministro de Planificación, acaso imaginan que podría esperarlos un mundo mejor.

Fueron Moyano y De Vido quienes intentaron en plena pelea con el campo acordar con la mesa de enlace. Y fueron de nuevo ellos dos, cuando todavía no había terminado el sepelio del ex presidente, quienes acordaron el “café” con la cúpula de la UIA y en ese instante congelaron el proyecto de reparto de ganancias empresarias.

Fue un momento clave, de política en serio. Una intento por posicionarse a la cabeza del nuevo proceso que se abrió con la muerte de Kirchner.

Intentar morigerar la embestida para subir las retenciones y frenar el reparto de dividendos entre los trabajadores, son definiciones de fondo y se inscriben en una mirada conservadora del “modelo”. Esa misma lógica desplegada, llevaría a buscar algún entendimiento con el Grupo Clarín.

Si sobre ese eje se articulan saberes políticos como los que poseen Aníbal Fernández y Juan Carlos Mazzón, se puede proyectar acaso para esos intereses, la recuperación de una estabilidad que pivotee sobre una sistema de relaciones más afín y acaso menos riesgoso.

Sería la consagración de la idea de Cristina como una Presidenta pragmática y moderada, en lo que realmente importa, más allá de lo que diga en los discursos. Y no es un juicio de valor, porque tal vez ese camino bien articulado le abra las puertas a su reelección.


El riesgo de una nueva frustración

Pero frente a esa agenda apaciguadora se alza el sabor amargo a revolución inconclusa que dejó la muerte del ex presidente, en amplias franjas de la militancia juvenil, en las organizaciones sociales y de derechos humanos, y en un sector de intelectuales que hoy tienen al periodista Horacio Verbistky como su puente de plata con el corazón del poder.

No es una agenda que reniegue de la negociación, pero imagina llegar a ese lugar desde el otro lado del tablero político, y en todo caso encuentra en el sindicalismo de Moyano y la estructura del PJ tradicional –por ejemplo los intendentes del Conurbano- más un mal necesario y sobre todo temporario, que una base necesaria para estabilizar el sistema político.

Kirchner en vida osciló sobre esas tendencias. En el 2007 avanzó, por ejemplo, en un proceso de renovación de viejos caudillos del Conurbano –así surgieron Díaz Pérez, Giustozzi, Massa, Bruera, entre otros- que luego desactivo y que poco antes de su muerte, parecía estar interesado en recuperar.

Proceso de renovación política que quedó trunco y que se imaginaba iba a alcanzar su esplendor durante un segundo mandato de Kirchner. De ahí la bronca y el gusto amargo que prevalece por estas horas entre los jóvenes kirchneristas. Acaso intuyen, que otra vez, la historia está a punto de escapárseles de las manos, justo cuando parecía que había llegado la hora de la revancha.

Porque desde esa mirada, el acceso al poder de esos jóvenes iba a ser como una metáfora final que cerrara la herida de los setenta, cuando los supuestamente más talentosos y nobles perdieron el favor del líder, entornado por la burocracia sindical y partidocratica. Después vino el horror que igualó en su desastre.

La comparación es injusta y superficial, pero más allá de la remanida frase de Marx, algo de esa tensión que el peronismo porta en su ADN, se percibe por estas horas.

Cristina tiene ahora el desafío de conducir el proceso que abrió Kirchner, pero al mismo tiempo sufre la urgencia de gobernar el país. Se solapan así dos mundos que confluyen en una dialéctica que el ex presidente venía arriando con más tropiezos que aciertos, pero que sin dudas lo encontraba en la cabina de mandos.

Encontrar la alquimia justa de épica, futuro y lucha; de negocios, acuerdo y decisiones de Estado; que enfrenta por estas horas la Presidenta; no es otra cosa que la búsqueda de ese equilibrio que se perdió con la muerte de Kirchner.


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